No es un thriller propiamente tal, es un inteneto nomás...pero tampoco es una historia de amor...
*****
La Margarita calva.
La pequeña Merry está enamorada.
En lo primero que piensa al despertar es en él, y también es lo último que recuerda al irse a dormir. Su rostro y su voz la acompañan todo el día, ya sea si se va de paseo al campo, o solo se queda en el columpio que cuelga desde el gran roble.
Ahí, la niña pasa la mayor parte del día.
Sentada en el pequeño trozo de madera, apenas balanceándose, con la vista hacia el horizonte, la mirada perdida, con las manos agarrando las dos cuerdas. Mira hacia la enorme pradera que se extiende hacia adelante y piensa: “¿él me querrá también?”. Suspira.
La pradera está llena de margaritas.
Con cuidado se baja del columpio y camina en dirección a la pradera, llena de hermosas flores. Es primavera, a ella le encanta observar los colores de aquellas plantas, y también sentir su olor dulce y embriagante. Merry se arrodilla en el pasto, cuidando de no ensuciar su vestido, y observa las flores con mucho detenimiento.
Sigue pensando en él, y la duda le corroe por dentro. Si tan solo hubiese un modo de saber en qué piensa…
¿Habrá alguno?
De forma pensativa, arranca una de las margaritas más largas y la acaricia con sus manos. Los hermosos pétalos blancos de la flor lanzan destellos con la luz del sol, lo que a Merry le da una idea. Le recuerda lo que una vez había visto hacer a otra chica.
- Me quiere…-tras pronunciar las palabras, arranca uno de los pétalos, no sin sentir antes un pequeño dejo de culpabilidad por destruir una flor tan hermosa. Pero ella necesitaba saber, necesitaba tener aunque sea algo a qué aferrarse. –mucho…
Poquito.
Nada.
Otro pétalo. Trata de no mirar (me quiere…)
Cuántos quedan
(Mucho).
El sol ya ha cambiado de posición (poquito)
Y la sombra del roble (Nada….Nada!)
Ahora se proyecta hacia ella, que sigue arrodillada en el suelo.
Me quiere.
Con el corazón latiendo a mil por hora, Merry acerca la flor sin pétalos hacia su pecho y reprime un chillido.
¡Me quiere! ¡Me quiere! ¡La flor lo ha dicho!
***
Ya es de noche. Ni un solo ruido se escucha cerca de la casa, ni en la pradera, ni en el camino.
En la tierra, al lado de sus hermanas, descansa una pobre flor calva.
Calva.
Ese día una niña la había elegido (quien sabe por qué) y había ido arrancando uno a uno los pétalos de su cabeza, dejándola así, como un fósforo de punta amarilla.
Pobre margarita. Desolada, en el borde del camino, contempla las cabelleras de sus hermanas, tan hermosas, reflejando ahora la luz de la luna. Y ella así, calva.
Desnuda.
La pobre margarita se sienta en una piedra y comienza a sollozar, destruida. ¿Por qué no la había matado? Esa niña al parecer solo había querido que sufriera! ¡Ahora nunca podría casarse!
¿Quién querría el polen de una flor como ella? De seguro era horrible.
Ni siquiera sabía si podía llamarse flor.
De pronto, siente que algo la toca. Es una de las ramas del roble que se encuentras tras de ella.
“no llores”, es lo que dice en el mudo lenguaje de los árboles. “Seca tus lágrimas, joven flor”.
La Margarita obedece, y limpia su rostro inexistente con una de sus hojitas de tallo. Pero aún sigue triste; no entiende por qué la niña, que viene todos los días a contemplarlas, ha cometido tal crueldad ahora.
“Es porque está enamorada”, le contestó el árbol, pidiendo comprensión.
“¿Entonces eso funciona?” pregunta la flor, luego de escuchar al Roble. ¿Sería verdad lo que le decía? Si le quitaban los pétalos uno por uno, sabría si ese chico le correspondía?...Ella deseaba que sí, si era una causa tan noble ojalá funcionara.
Se acomodó más en su piedra. Si eso funcionaba con los humanos, ¿serviría lo mismo para las flores? Quería intentarlo.
El roble, tranquilo, decidió ayudarla.
***
Esa noche, Merry dormía profundamente.
Soñaba con que él entraba por la ventana, y la despertaba con un beso. Se sentaba al borde de la cama, y la miraba dormir mientras la acariciaba el cabello con una de esas manos. Todo era bastante imposible, pero ella lo deseaba mucho. Y abrazaba la almohada, mientras murmuraba el nombre de él, buscándolo.
La ventana se abrió lentamente y una pequeña figura entró a la habitación. Merry seguía durmiendo.
Desde el borde de la cama, la Margarita calva la observaba, pensativa. El cabello castaño de la niña le cubría la cara. La flor se preguntó una vez más si lo que planeaba hacer funcionaria.
De pronto, otra sombra entró por la ventana abierta. Una raíz, enorme, que reptó suavemente por la cama, levantando las sábanas. Destapó a la niña, de forma muy suave, sin despertarla.
Merry seguía soñando con su príncipe.
Entonces el roble tiró de ella. Y gritó.
La Margarita calva contempló a la niña suspendida en el aire solo por uno de sus pies. El roble la tenía fuertemente agarrada de una de sus piernas, y Merry gimoteaba y trataba de soltarse, en vano. La flor volvió a saltar a través de la ventana, mirando hacia arriba.
Merry dejó de mecerse después de un tiempo. Estaba agotada, con los ojos llorosos, las extremidades entumecidas. El viento de esa noche le llegaba cruelmente en la cara, al igual que la luz de la luna. No podía bajarse y además, ese árbol había enroscado una raíz en torno a su boca. No podía gritar. Solo podía observar a ese diminuto tallo de cabeza amarilla que estaba en el suelo, como si la observara.
Pero no tenía ojos. ¿Cómo podía siquiera sentir que la miraba? Sintió escalofríos.
“¿Quieres intentarlo?” Susurró el árbol, y sus hojas mecieron al viento.
“Sí”, contestó la Margarita, aún mirando hacia el cielo.
Y uno tras otro, cayeron los mechones de la cabeza de la niña.
La sangre (me quiere…)
Aparecía a veces, a medida que eran arrancados (mucho…)
Del cuero cabelludo. La niña (poquito…)
Gimoteaba con cada tirón que le propinaban las raíces del árbol. Y no entendía (Nada.)
Por qué, por qué la naturaleza era tan (Me quiere…)
Cruel con ella.