La primera parte se encuentra aquí
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No pasó nada después de ese encuentro. Pero a partir de ese día, Tommy pasó por el mismo fierro inclinado, y entró por la misma puerta, solo con los deseos de ver a Jack –aquel hombre –trabajar en sus juguetes de madera.
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No pasó nada después de ese encuentro. Pero a partir de ese día, Tommy pasó por el mismo fierro inclinado, y entró por la misma puerta, solo con los deseos de ver a Jack –aquel hombre –trabajar en sus juguetes de madera.
No cruzaban palabras, aunque a veces podía aparecer algún comentario. Simplemente el niño lo observaba, sentado en su estudio personal, a la luz de las velas –hacía tiempo que no había luz eléctrica en esa casa –con un cuchillo en una mano y un trozo de madera en la otra. Era un hombre maduro, mas no viejo, por lo que aún podía valerse de sus propios ojos para tallar y hacer cada día más detalles en las figuras que creaba.
Tommy observaba en silencio como terminaba un juguete y comenzaba otro sin interrupción, una y otra vez, mientras escuchaba alguna triste melodía desde aquel viejo tocadiscos que había oído antes. El gato, Aníbal, se quedaba en la entrada del estudio, sentado en sus cuartos traseros, y observaba la escena. Pero pronto acompañaba a Tommy mientras recorría las habitaciones, una por una.
Parecía que Jack había restaurado las habitaciones que solo iba a usar, porque todo lo demás estaba en ruinas. Entrar a cada una de ellas era como dar un salto al pasado, y luego otra vez al presente. Más de una vez Tommy estuvo a punto de caer desde el segundo piso a causa del mal estado del piso, pero al dueño no parecía importarle. No parecía importarle el niño en absoluto.
A pesar de que no había plática, el niño volvía una y otra vez. Pero eso, a Jack estaba lejos de importarle. Solo era un hecho más, como que el gato viniera todos los días y se sentara en la misma posición. No le importaba.
Solo se estaba ahí, haciendo una y otra vez juguetitos de madera. Y estaría de esa forma hasta que sin previo aviso comenzara a hacer otra cosa. Había pasado anteriormente con los veleros en las botellas, y con los cuadros.
Tommy había encontrado una habitación llena de cuadros, en los que se veía siempre una mujer. Joven, de cabellera rubia y ojos azules, sonriendo dulcemente. ¿Quién era ella? Los cuadros siempre estaban manchados con pintura, uno apilado encima de otro, olvidados.
El chico sentía curiosidad de aquel hombre. ¿Por qué vivía allí, en una casa abandonada? ¿Cómo se había hecho esa cicatriz tan fea en su cara? Y lo que más le interesaba, ¿Por qué se pasaba todo el día haciendo esos juguetitos de madera?
Pero temía preguntar.
No le contó a nadie sobre sus pequeñas y extrañas visitas a la casa abandonada (ya no embrujada, Jack no era un fantasma). A veces traía comida y la compartía con Jack, aunque él nunca comía en su presencia. Es más, no despegaba la vista del cuchillo y del trozo de madera. A veces, Tommy terminaba por aburrirse. Volvía al día siguiente y encontraba el plato vacío, y Jack trabajando incansablemente, como siempre.
Descubrió un pequeño pozo en el subterráneo. Encontró un huerto entre toda la maleza del jardín. Cada día significaba descifrar un nuevo misterio sobre aquel hombre. Así comía, así bebía. Aquí dormía, en ese lugar se afeitaba y cortaba el pelo, aquí apilaba los juguetes.
Sin embargo, su pequeña investigación fue interrumpida por una pequeña gripe que lo mantuvo en cama una semana. Pero en sus delirios, lo único en que podía pensar era en la casa, en Jack en la casa, haciendo juguetes uno detrás del otro, sin descanso.
Ya sano, volvió a sus andanzas.
Al escabullirse otra vez por su agujero de siempre, caminó junto a Anibal en dirección al estudio del hombre, pero no lo encontró allí.
- ¿Jack? –el cuchillo y el usual trozo de madera estaban sobre la mesa, solos.
Luego de recorrer la enorme casa, lo encontró en una de las habitaciones, sentado frente a un espejo enorme.
Llevaba una máscara, y la tocaba delicadamente con su mano izquierda. Tommy se quedó en el marco de la puerta, tan silencioso como el gato a su lado, simplemente observando como aquel hombre tocaba y se acomodaba una máscara azul con ambas manos. Parecía estar en trance.
- ¿Jack? –volvió a murmurar el chico, un poco sorprendido del nuevo comportamiento de aquel hombre.
Sobre la cama, media docena de máscaras, tan distintas como pueden ser los días, se encontraban allí.
De los juguetes, Jack pasó a las máscaras. De modo que ahora Tommy al entrar a la casa podía encontrar a Jack, sentado silenciosamente en la alfombra de la sala principal, decorando máscara tras otra, siempre con la misma música triste de fondo. Le parecía una tarea más fácil que hacer juguetitos de madera, por lo que el niño terminó por unirse, incluso buscó otra canción en la colección de su padre para cambiar la del viejo tocadiscos.
Jack permanecía callado, con los ojos oscuros fijos en su tarea.
- Me gustaba cuando hacías juguetes de madera, pero esto de hacer máscaras es muy divertido. –Tommy no perdía la fe en que el extraño podría hablarle. Alguien como él debía tener mucho que contar, pensaba. -. ¿Por qué cambiaste?
Ni siquiera se le ocurrió preguntar si se había preocupado de su ausencia. Muy pocas veces Jack se daba cuenta de su presencia, como si viviera en un mundo aparte.
El hombre dejó de pintar unos intrincados dibujos en la máscara que estaba haciendo, y clavó sus ojos oscuros en los verdes del niño. Tommy tragó saliva de la pura impresión.
Pero Jack no dijo nada.
- ¿Es por la cicatriz? –un pequeño destello se había producido en los ojos de Jack. Tommy si tenía miedo, pero la curiosidad siempre había prevalecido dentro de él. Así que se animó a seguir hablando. -¿Cómo te la hiciste?
- En un incendio. –su semblante era serio. Luego de pronunciar esas palabras, rompió el contacto visual y volvió a sus máscaras. Colocó un par de adornos más y la dejó a un lado, para comenzar con otra.
Anibal jugaba con una pluma muy cerca de ellos. Aparte de una canción un poco más alegre que reproducía el tocadiscos, solo se escuchaba el ronroneo del gato; y Tommy también podía escuchar el latido de su corazón.
¿Acaso Jack era aquel hombre que había muerto en el incendio de esa casa, hace tantos años?
¿Cómo no lo pensé antes?, se regañó a si mismo. Era obvio que eso era. Jamás nadie había entrado a la casa luego del incidente. Nadie había encontrado los cadáveres. Por que no existían tales…. ¿o si?
- ¿Y tu esposa? –preguntó, directamente. En ese momento empezaban a aparecer nuevas problemáticas en su cabeza de detective, pero también comenzaba a ver algo de luz. Mantuvo los ojos abiertos largo rato, esperando que Jack contestara. El pincel de este se había detenido. –He visto muchos cuadros de una mujer…
¿Sería posible…?
- Jeannette… –musitó el hombre. Tommy contuvo el aliento.
A su mente habían acudido esas imágenes: un retrato de una mujer joven, con abundante cabellera rubia, ojos azules (como los de Susy, ¿ella sería así cuando creciera?), y una dulce sonrisa en el rostro que le recordaba a mamá. Parecía una mujer feliz, podía notarlo aunque la expresión del cuadro estuviese manchada con tinta.
De pronto Jack se había puesto en tensión, podía notar como apretaba el pincel en su
mano derecha.
- Ella…
- Ella está muerta. –la frase la había dicho con una rabia inesperada. Tommy tuvo que reprimir un gritito. El pincel a manos de Jack se había roto. –Yo la maté. Y luego incendié esta casa.
Jamás había visto unos ojos así. Tanto sufrimiento…pero había otro sentimiento que no podía descifrar aún, era algo que jamás había visto, y que años más tarde aún lo molestaría en sus pesadillas, sin encontrarles jamás el significado perfecto.
Tommy se puso de pie a trompicones, y corrió hacia la salida, como si la vida se le fuera en ello.
Volvió varios días después, cuando se convenció a si mismo que Jack no era un sicópata, que si hubiera querido matarlo lo habría hecho ya.
Pero esto era mentira, naturalmente. Le importaba muy poco eso, él quería saber. El quería saber por qué habían sido así las cosas. No entendía por qué Jack seguía viviendo en esa casa, en toda esa precariedad, abandonado a una obsesión que antes habían sido los cuadros, las botellas, los juguetitos, y ahora las máscaras.
Necesitaba saber más, y nada se lo iba a impedir.
- ¿A dónde vas, Tommy? –Susy estaba esperándolo fuera de su casa, con un oso de peluche entre las manos, los pequeños rizos rubios cayéndolo sobre el rostro. No quería mentirle, pero tampoco quería contarle sobre Jack, que hasta ahora había sido su mayor secreto.
- Voy…a recoger flores para mamá.
- ¿Puedo acompañarte?
- No, no puedes. –la niña haría un berrinche en cualquier momento. Ya casi no la veía, por pasarse casi todo el día en la casa abandonada, y sospechaba que no le divertía pasar todo el tiempo junto a Rick. –me interno mucho en el bosque y no quiero que te pierdas.
- Soy fuerte. –Había dicho ella, pero Tommy ya no le prestaba atención, caminó rápidamente, ignorándola para que así ella se molestara y se fuera a casa. Aunque se detuvo un momento al sentir un movimiento a lo lejos.
Anibal lo esperaba desde la otra vereda.
- ¡Anibal! ¿Qué haces acá? –caminó hacia él y lo tomó en su regazo. El gato ronroneó y se acomodó perfectamente. Quizás tenía hambre o, más improbable, lo extrañaba.
- ¿Es tu gato? Nunca lo había visto.
- Algo así… ¡Debo irme Susy!
Y echó a correr sin importarle dejar a la niña atrás. Ahora con Anibal, se sentía con un poco más de valentía para entrar a la casa abandonada. O la casa de Jack.
Quería saber qué estaría haciendo ahora.
Continua..
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